Hace unos días tuve un encuentro con un viejo porteño, al que el río de la vida le había alejado de su Puerto natal, pero del nunca se había olvidado. La terrible crisis del 29, que estuvo a punto de acabar con la incipiente industria siderúrgica porteña, obligó a su familia a emigrar a Irlanda siendo él apenas un mocoso, posteriormente Francia y regreso a España sufriendo una terrible posguerra. Hoy en día vive en un pueblo próximo a Valencia. De raíces vascas, con su padre y resto de familia, fue uno de los primeros inquilinos de los chalets de la Gerencia. Todavía hoy, pasados casi 90 años, aún recuerda la casa en que nació y donde dio los primeros pasos.
El encuentro lo tuvimos en la puerta de la iglesia de Begoña. Había contactado conmigo a través del teléfono de Iniciativa Porteña, sin conocerlo y a pesar de la diferencia generacional, enseguida congeniamos. Tenía mucho interés en conocer el Museo Industrial y otros temas relacionados con el Patrimonio Industrial, la historia de El Puerto y su situación social. Nos aproximamos paseando hasta la Nave de Efectos y Repuestos, que algún año albergará el prometido Museo Industrial, y la imagen no pudo ser más desoladora, los hierbajos han invadido los alrededores y los vándalos han apedreado un ventanal y han hecho añicos uno de los farolillos originales que conservaba la Nave. Le explique por donde circulaban los trenes que entraban en sus entrañas para la carga y descarga de materiales y también por dónde bajaban los cargados de mineral de hierro de Menera.
Seguimos paseando por lo que antaño era vía férrea hasta llegar a la puerta posterior del recinto de la Gerencia, para adentrarnos por el paseo central. Y otra vez la desolación. Sobretodo en la parte este de la misma, en donde la ruina se apodera de todo. Al oeste presenta mejor cara después de diversos trabajos realizados por la Escuela Taller, principalmente reconstrucción de porches, pintura y jardines. Pero las cosas hay que mantenerlas y eso brilla por su ausencia en este lugar, con escasa limpieza y convertido en una especie de «parque canino», donde los canes parecen ser los dueños absolutos. Al llegar al chalet rehabilitado y sin uso, más tristeza, apenas unos meses después de acabada la faena ya aparece con pintadas en la puerta. Pintadas obscenas que se repiten en la recuperada caseta del guardia de la entrada principal. Y como colofón la maleza que invade sin piedad, por encima incluso de la valla, los jardines de las antiguas Oficinas de Fábrica, a las que el cuatripartito de progreso se niega a acercar servicios municipales que demanda la ciudadanía y así darle vida. Proseguimos nuestra charla-paseo y le enseñé la huella que los bombardeos de la guerra había dejado en una de sus palmeras.
Subiendo por la avenida pudimos ver los fondos de cuchara que adornan la rotonda del Paso (recuperados del olvido en el muelle sur) y los chalets azules.
Volvimos avenida abajo y vimos el desolado paisaje interior del Economato, otro magnífico edificio legado del Patrimonio Industrial, sin rehabilitar y obviamente sin uso.
Acabamos nuestros pasos en la Alameda, remozada gracias al tiempo de gobierno de Segregación Porteña y que ha recobrado su esplendor como zona de ocio y esparcimiento, como lo fue para los porteños que le dieron vida a mediados del siglo pasado.
En definitiva, un entrañable encuentro con un desconocido encantador y un triste paseo por nuestro maltrecho Patrimonio Industrial.
Sergio Paz Compañ
Concejal en el ayuntamiento de Sgto.