Hace apenas unas semanas tuve ocasión de visitar la dársena pesquera de nuestro puerto y charlar con algunos de los marineros que de madrugada salen a faenar en unas interminables jornadas de trabajo. Todos ellos mostraron su preocupación por el peligro cierto de que la Cofradía de pescadores finalmente desaparezca, debido a que cada vez son menos los barcos que faenan en estas aguas, incapaces de soportar los gastos que supone “echarse” a la mar cada día. Costes que establece nuestra Administración y que pueden desglosarse en salarios acordes a nuestra sociedad, impuestos para sostener nuestro Estado de Bienestar, impuestos para corregir el cambio climático, impuestos añadidos al coste del combustible que lo hacen casi inalcanzable, y así un largo etcétera. Costes razonables en la sociedad en que estamos, y que evidentemente se trasladan al precio del producto final en el mercado.
Pero resulta que esos productos de nuestro mar deben competir con productos que vienen de otros lugares donde los costes de producción son infinitamente menores. Con costes salariales ridículos, con cobertura social para los trabajadores casi inexistente, con impuestos para combatir el cambio climático que ni existen, con el coste del combustible irrisorio, y suma y sigue.
Es lo que tiene la Globalización, muy buena para muchas cosas, pero todavía mejor para el Capital que no entiende de fronteras, y produce allí donde el beneficio es mayor, a costa de condiciones laborales o medioambientales penosas. En el aspecto económico la Globalización y las fuerzas del mercado no generan mecanismos de control que defiendan las estructuras económicas locales de una competencia desigual que las destruye, o que regulen el apetito de la inversión (el Capital) que prefiere el beneficio fácil a toda costa, dañino en la mayoría de los casos al fortalecimiento del aparato productivo local.
El ejemplo de los problemas de la Cofradía de pescadores puede extenderse a otros sectores productivos locales, como son el pequeño comercio, incapaz de competir con el comercio electrónico (Amazon, Aliexpress y otras), o la agricultura local, también incapaz de competir con productos agrícolas del hemisferio sur, donde los costes de producción son infinitamente menores.
Nuestra sociedad abraza sin rubor la economía de mercado, es decir la libre competencia que es uno de los pilares de la Unión Europea. Pero esa libre competencia no deja de ser un artificio, ya que nuestra economía local compite en inferioridad de condiciones con la Economía Global. Y esa inferioridad de condiciones es debida a la estricta (y necesaria) regulación en nuestra legislación , que en cambio es incapaz de regular las condiciones de esas grandes empresas que “producen” en mercados donde los costes de todo tipo son infinitamente menores. Por tanto es nuestra propia sociedad la que da lugar a situaciones imposibles de superar por la economía local.
La solución a esta competencia desigual, fruto de una Globalización sin mecanismos de control, es la intervención de la Administración y del Estado de Derecho, ya que al igual que nuestro ordenamiento abraza el libre mercado, también es cierto que definimos nuestra sociedad como un Estado democrático, SOCIAL y de Derecho. Y Estado SOCIAL significa que los poderes públicos deben corregir aquellas situaciones que la economía de libre mercado deja desprotegidas.
Este argumentario sirve para legitimar las peticiones de todo nuestro entramado económico local cuando solicita de las administraciones, también la local, medidas que palíen la competencia de una Economía Global imposible de superar por nuestros pequeños comercios, por la Cofradía de pescadores, por los pequeños productores agrícolas, etc.
Pero no solo de economía estamos hablando, también se trata de proteger un modo de entender la vida, las particularidades de cada sociedad local y sus modos de “producir”, de trabajar, de relacionarse con el medió físico. Esas características espacio-temporales del desarrollo local y su esencia histórica, social y geográfica, forma parte de nuestra cultura, de nuestro ADN. Y son dignas de protección.