Aún resuenan en mis oídos las carcajadas de la gente viendo la película «Ocho apellidos vascos«, película que no sólo me hizo reír sino también reflexionar acerca de «otros apellidos» que imprimen carácter o señas de identidad. De este pensamiento salte a indagar cuales eran los apellidos que conformaban la sociedad en que vivía, una ciudad nacida al calor de las gran empresas que el empresario vasco Ramón de la Sota instaló junto al Mediterráneo hace poco más de un siglo. Y la verdad es que el surtido donde elegir era inmenso pues los emigrantes que forjaron este pueblo en su origen vinieron desde todos los puntos de España, pero con una mayor incidencia de la cornisa cantábrica, Aragón, la Mancha, Murcia, Andalucía Oriental y por supuesto Valencia. Los vascos fueron en su día la élite dirigente, ya que muchos de los técnicos y altos cargos de las empresas de la Sota procedían de Euskadi. Aún hoy el porcentaje de apellidos vascos, aunque minoritario es bastante significativo entre los porteños.
Esta amalgama de gentes venidas de todas partes, forjó una particular sociedad híbrida o mestiza, en la que se mezclaban la cultura de acogida con las de sus respectivas regiones de origen. Así podemos ver arquitectura de inspiración vasca en muchas construcciones como el colegio de Begoña, iglesia de Begoña, Gerencia, chalets azules, etc. No obstante la sociedad porteña asimiló con rapidez la cultura valenciana, de hecho la primera falla de la comarca se plantó en El Puerto en 1.927, cinco años antes de que lo hiciera la vecina Sagunto; irónicamente en la Junta Fallera comarcal el nombre del Puerto ha desaparecido del mapa.
La porteña ha sido y es una sociedad en la que nadie se siente extraño, aquí la palabra forastero simplemente ha desaparecido del diccionario. Uno no necesita nacer en El puerto para sentirse porteño, la sociedad lo integra con rapidez, si uno quiere claro. Porque los porteños al igual que los bilbaínos nacemos donde nos da la gana.
Que distinta (y distante) se ve la sociedad saguntina, en donde el apellido si que cuenta y mucho. Tienen que pasar varias generaciones para ser considerado “fill del poble”. No basta con tratar de integrarse en la sociedad saguntina, uno ha de tener “pedigrí” y contar con al menos ocho apellidos saguntinos: Antonino, Bono, Caruana, Chabret, Civera, Escrig, Lluesma y Peris, entre otros son una garantía de integración y posible éxito. Por mucho que se empeñen los Fernández, García o Martínez jamás serán considerados como auténticos saguntinos.
Por supuesto que en esta forma de sentirse saguntinos no entramos los porteños, pues ni siquiera residimos a las faldas del castillo. “Els del moll”,”els que vingueren en la maleta de cartó”, sin el acogimiento y cariño de la ciudad bimilenaria somos ciudadanos de segunda en nuestra centenaria ciudad, en un municipio dual del que no estamos invitados a formar parte pero del que tampoco nos dejan salir. Porque en el fondo (o más bien en superficie) a los de El Puerto no se nos considera saguntinos.
Y si, es cierto que algunos porteños se sienten saguntinos, en un buen intencionado afán integrador, pero ningún saguntino se siente porteño.