Una playa de ensueño

Por Ainhoa Alberola Lorente

Había estado toda la noche lloviendo sin parar, pero cuando abrí la persiana y las cortinas de mi habitación al levantarme el sol lucía con todo su esplendor. Era pleno verano y pensé que hacía un día perfecto para ir a la playa.

Mientras preparaba las cosas para marcharme puse un rato la televisión, en el telediario no paraban de repetir las imágenes de ayer, de la ceremonia de apertura de las olimpiadas de Londres 2012. Una lástima que no pudiera verla.

A pesar de que vivo considerablemente lejos de la playa, me puse a caminar con la sombrilla y la toalla al hombro. No podía coger el coche, porque desde hace dos años, con la remodelación de la avenida Mediterráneo, aparcar era misión imposible; y el aparcamiento subterráneo, cómo no, seguía sin construirse, al igual que esos preciosos jardines que nos iban a hacer en la campa de Menera y el resto de castillos en el aire que nos prometieron en su día, y que sólo unos pocos inocentes se creyeron. «Me llevo vuestra arena pero os dejo esto bonito». Y al final, como todos temimos que pasaría, se llevaron la arena, pero ni paseo, ni zonas verdes, ni nada; sólo un montón de escombros para recuerdo de lo que fue nuestra playa y la vergüenza de lo que es ahora.

Seguía maldiciendo a aquellos culpables de que yo estuviera pegándome tal caminata bajo un sol de justicia, cuando por fin llegué al malecón. Mayúscula fue mi sorpresa al ver que tras el reciente temporal, el agua llegaba hasta las casas de los vecinos del barrio de las ranas. ¡Ahora que venga el señor Peralta y su tropa a arreglar el estropicio! Ya les avisaron que esto pasaría, pero ellos siguieron en sus trece. Un triste ejemplo más de cómo la gente se ciega por el dinero y no es capaz de ver más allá de su propio interés económico.

Jamás había visto imagen más desoladora en este pueblo, al menos yo que aún no había nacido cuando cerraron la fábrica, pero como cuentan los más veteranos del lugar, la jugada que nos hicieron fue parecida en ambos casos.

Seguía absorta en mis pensamientos acerca de todo lo que había sucedido hace unos años y que nos había llevado a esta situación, mientras observaba a la policía local de El Puerto acordonar toda la zona con sus coches patrulla, a la vez que algunos bomberos ayudaban a la gente a sacar el agua salada que inundaba sus casas. Varios curiosos contemplaban el paisaje desolador, puesto que la poca arena que nos dejaron se la había tragado el mar.

«¡Mamá! ¿Dónde está la arena para hacer castillos?», le decía un niño a su madre cargado con el cubo y la pala. En aquel momento, sentí una profunda tristeza por aquel niño que no iba a poder hacer lo que yo hice durante toda mi infancia, por todo aquello que no podrían hacer las futuras generaciones: disfrutar de días veraniegos de baños en nuestras aguas y de construcciones imposibles con la arena.

Ya me había quedado sin día de playa, ahora si quería disfrutar tendría que irme a Canet, Almardà o Almenara, y al igual que yo, el resto de habitantes y turistas que antaño, cada verano, llenaban la costa porteña. Tal y como querían los interesados en el asunto, que ahora mismo han logrado llenar esas zonas de apartamentos en construcción colmándose los bolsillos gracias a unas maravillosas playas que lograron a costa de la nuestra. Los de Costas se habían salido con la suya, al igual que todos aquellos que les prestaron su apoyo y defendieron lo indefendible: la destrucción de una playa, de puestos de trabajo, de la naturaleza…, de todo.

De repente me desperté con un sudor frío bañando mi frente, no es verano sino Navidad y no estamos en 2012 sino en 2009. He tenido una pesadilla muy extraña acerca de la playa que me ha dejado pensativa durante todo del día.

El sueño porteño ya no es un sueño, sino una realidad, y la pesadilla de la playa aún estamos a tiempo de evitarla. Parece que Peralta, Pérez y sus palmeros están reculando. Pero mucho ojo, no bajemos la guardia porque en cualquier momento pueden atacar de nuevo.

Vamos a seguir luchando por nuestros intereses como pueblo. Sólo nosotros sabemos lo que nos conviene y cuáles son nuestras señas de identidad y nuestro patrimonio social y cultural que no permitiremos que nadie borre ni elimine.

Felices fiestas y un año nuevo lleno de esperanza. Esperanza que nunca hemos perdido.

Una playa de ensueño

Ainoa Alberola Lorente

Había estado toda la noche lloviendo sin parar, pero cuando abrí la persiana y las cortinas de mi habitación al levantarme el sol lucía con todo su esplendor. Era pleno verano y pensé que hacía un día perfecto para ir a la playa.

Mientras preparaba las cosas para marcharme puse un rato la televisión, en el telediario no paraban de repetir las imágenes de ayer, de la ceremonia de apertura de las olimpiadas de Londres 2012. Una lástima que no pudiera verla.

A pesar de que vivo considerablemente lejos de la playa, me puse a caminar con la sombrilla y la toalla al hombro. No podía coger el coche, porque desde hace dos años, con la remodelación de la avenida Mediterráneo, aparcar era misión imposible; y el aparcamiento subterráneo, cómo no, seguía sin construirse, al igual que esos preciosos jardines que nos iban a hacer en la campa de Menera y el resto de castillos en el aire que nos prometieron en su día, y que sólo unos pocos inocentes se creyeron. “Me llevo vuestra arena pero os dejo esto bonito” Y al final, como todos temimos que pasaría, se llevaron la arena, pero ni paseo, ni zonas verdes, ni nada; sólo un montón de escombros para recuerdo de lo que fue nuestra playa y la vergüenza de lo que es ahora.

Seguía maldiciendo a aquellos culpables de que yo estuviera pegándome tal caminata bajo un sol de justicia, cuando por fin llegué al malecón. Mayúscula fue mi sorpresa al ver que tras el reciente temporal, el agua llegaba hasta las casas de los vecinos del barrio de las ranas. ¡Ahora que venga el señor Peralta y su tropa a arreglar el estropicio! Ya les avisaron que esto pasaría, pero ellos siguieron en sus trece. Un triste ejemplo más de cómo la gente se ciega por el dinero y no es capaz de ver más allá de su propio interés económico.

Jamás había visto imagen más desoladora en este pueblo, al menos yo que aún no había nacido cuando cerraron la fábrica, pero como cuentan los más veteranos del lugar, la jugada que nos hicieron fue parecida en ambos casos.

Seguía absorta en mis pensamientos acerca de todo lo que había sucedido hace unos años y que nos había llevado a esta situación, mientras observaba a la policía local de El Puerto acordonar toda la zona con sus coches patrulla, a la vez que algunos bomberos ayudaban a la gente a sacar el agua salada que inundaba sus casas. Varios curiosos contemplaban el paisaje desolador, puesto que la poca arena que nos dejaron se la había tragado el mar.

«¡Mamá! ¿Dónde está la arena para hacer castillos?« —le decía un niño a su madre cargado con el cubo y la pala— En aquel momento, sentí una profunda tristeza por aquel niño que no iba a poder hacer lo que yo hice durante toda mi infancia, por todo aquello que no podrían hacer las futuras generaciones: Disfrutar de días veraniegos de baños en nuestras aguas y de construcciones imposibles con la arena.

Ya me había quedado sin día de playa, ahora si quería disfrutar tendría que irme a Canet, Almardà o Almenara, y al igual que yo, el resto de habitantes y turistas que antaño, cada verano, llenaban la costa porteña. Tal y como querían los interesados en el asunto, que ahora mismo han logrado llenar esas zonas de apartamentos en construcción colmándose los bolsillos gracias a unas maravillosas playas que lograron a costa de la nuestra. Los de Costas se habían salido con la suya, al igual que todos aquellos que les prestaron su apoyo y defendieron lo indefendible: La destrucción de una playa, de puestos de trabajo, de la naturaleza… de todo.

De repente he desperté con un sudor frío bañando mi frente, no es verano sino Navidad y no estamos en 2012 sino en 2009. He tenido una pesadilla muy extraña acerca de la playa que me ha dejado pensativa durante todo del día.

El sueño porteño ya no es un sueño, sino una realidad, y la pesadilla de la playa aún estamos a tiempo de evitarla. Parece que Peralta, Pérez y sus palmeros están reculando. Pero mucho ojo, no bajemos la guardia porque en cualquier momento pueden atacar de nuevo.

Vamos a seguir luchando por nuestros intereses como pueblo. Sólo nosotros sabemos lo que nos conviene y cuáles son nuestras señas de identidad y nuestro patrimonio social y cultural que no permitiremos que nadie borre ni elimine.

Felices fiestas y un año nuevo lleno de esperanza. Esperanza que nunca hemos perdido.

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9 comentarios

  1. Me encanta como escribes Ainhoa,no dejes de hacerlo,y de reivindicar cosas para El Puerto,y te aseguro que El Puerto va a luchar para que no se repitan esas pesadillas que seguro que las tienen más jóvenes como tú,solidarios y comprometidos
    con los problemas de los ciudadanos porteños,que son muchos sobre todo los de las señas de identidad porteñas,que algunos quieren borrar del mapa de un plumazo,y la playa ,el malecón y toda la zona marítima de El Puerto para los porteños no es solo geografia ,sino son sentimientos ,vivencias ,sufrimientos ,alegrías,encuentros, un sin fin de la vida de lo menos cinco o seis generaciones ya de los más antiguos ,pero sobre todo hay que luchar por los que ya no están con nosotros y que fueron los pioneros El Puerto ,y tenerlos en la memoria siempre ,ya que forjaron lo que es hoy nuestro Puerto,sobre todo por la zona de la playa que fue donde se construyeron las primeras viviendas ,y en aquellos tiempos para ellos la playa ,el malecón ,y sus aledaños era el lugar de encuentro de su juventud y de sus mejores recuerdos.
    EL SUEÑO PORTEÑO SE VA HACER REALIDAD.
    ¡¡VIVA EL PUERTO LIBRE !!

  2. Como siempre en los últimos años, has sabido plasmar en tu carta el sentimiento que tenemos la mayoría de los porteños.

    Ainhoa, es difícil encontrar a gente tan joven como tú, tan implicada en la causa. Quizá uno de los grandes retos de SP es demostrar que hay continuidad en su travesía del desierto y que hay relevo generacional.

    Por ello, te sugiero que continues en ese camino, el ver a gente joven, con convicciones tan fuertes, nos llena de ánimo a aquellos que estamos en primera línea.

    Feliz fin de año a tí y a todos los que estáis ahí.

  3. Niña, cuando escribes pones los pelos de punta, la carne de gallina y haces saltar lagrimas. De tal palo tal astilla y si tus abuelos leyesen este artículo no habría quien los soportase de lo orgullosos que estarian de ti. FELIZ AÑO NUEVO

  4. ¡Magnífico Ainhoa! Una vez más plasmas con tus letras el sentir de muchos porteños.
    Solo una cosa, la prensa amarilla en la que sale publicada tu carta, no se me merece tener gente tan buena como tú, dando calidad humana e intelectúal a un panfleto sensacionalista, transnochado y antiporteño.
    Pero con todo, mi más sincera enhorabuena.

  5. Estoy completamente de acuerdo con Acero, semejante panfleto no se merece artículos de esta categoría,aparte de esto, felicitarte porque cada vez que escribes llegas, seguramente es cosa de la genética.
    FELIZ AÑO GUAPA

  6. Despues de leer y de que se me saltaran las lagrimas , solo me queda decirte que como tu tienen que volver a parirlas para tener ese sentimiento que se hace notar en cada palabra. Me siento orgullosa de tenerte a mi lado. FELIZ NAVIDAD GUAPISIMA: TE QUEREMOS

  7. Como padre de Ainhoa me siento en la obligación de escribir este mensaje de agradecimiento por vuestras palabras.
    Todos los años desde hace ….. ni me acuerdo, mi hija, con más o menos ayuda en función de su edad, y que en los últimos años ni recibe ni quiere, ha ocupado mi columna del mes de diciembre en El Económico y espero que lo siga haciendo, aunque ya tiene a su hermano apretando por debajo.
    De todos los Cuentos de Navidad que ha publicado, hay dos que son los que con más cariño recuerdo y que considero los mejores. En el primero Ainhoa tenía 9 años y en el segundo 10. Permitirme que los reproduzca, aunque sólo sea para que caiga la baba.

    28 de Diciembre de 2001
    En busca de los tres Reyes Magos
    Cuando llega la Navidad, mi papá me deja su columna. Ahora bien, este año, aunque me hubiese querido librar de escribir, era del todo imposible, pues Nacho me ha nombrado corresponsal de El Económico para Oriente. Así que la obligación manda, y aquí, en esta edición del 28 de diciembre, les relato mi primer viaje profesional como aspirante a aprendiz de periodista.
    Zara, como jefa de la redacción, me ordenó que entrevistase a los tres Reyes Magos. Desde luego, acepté encantada. ¡Qué suerte la mía! A lo mejor, hasta podría conseguir tener enchufe con ellos y que me trajesen más juguetes. Rápidamente le pedía a Ana, que para eso es la jefa de los euros, que me diese algo para pagar el billete de avión. Tras poner cara de no saber de qué iba la cosa, me dijo que si quería ir a Oriente, que cogiese la escoba que hay en el patio y viajase montada en ella. La verdad es que todavía no sé si lo que pretendía decirme es que soy un poco bruja, pero como yo ya había leído dos libros y visto la película de Harry Potter, me subí en el artefacto barredor, pronuncié la palabra ¡Arriba! pegué una fuerte patada al suelo y al momento ya estaba en el aire.
    Mientras trataba de ajustar el GPS de la escoba, vi a unos ‘garrulos’ con motos trucadas que asustaban a los niños en un jardín. Decidida a terminar con sus fechorías, les chillé desde el aire: Eh…Vagos crónicos! Si no dejáis de molestar, bajaré y seré vuestra peor pesadilla.
    Mis amenazas a los ‘motoros’ se vieron interrumpidas por la presencia de un caza americano, que estaba buscando a Bin Laden, y que al comprobar que yo era un objeto barredor no identificado, me obligó a aterrizar en el patio de la Policía Local.
    Cuando uno de los agentes se disponía a ponerme una multa por no llevar matrícula y no tener licencia de conducir escobas, apareció por la puerta el papá de mi amigo Carles, que acudía alarmado por mis protestas de que aquello iba en contra de la libertad de prensa. Como el papá de mi amigo manda más que el que afilaba el bolígrafo en el bloc de multas, y además yo ya estaba llamando con mi teléfono móvil al abogado del periódico -mi papá- decidieron que lo mejor era dejar correr el agua y olvidarse de las multas.
    Solucionado el malentendido, y enterados los policías de cuál era mi misión, me permitieron remontar el vuelo, proporcionándome una escolta de dos agentes montados en aspiradora con destellantes y sirena, que me acompañaron hasta más allá del horizonte.
    Llegando a mi destino, en la tercera nube según se entra a Oriente, casi choco con un trineo tirado por seis renos, que se había saltado un stop. Su conductor, un viejo gruñón de blancas barbas y traje rojo, en vez de pedir disculpas, soltó un: «HO, HO, HO Feliz Navidad!.» Como su figura me parecía conocida, le pregunté si sabía la dirección exacta de los tres Reyes Magos. A lo que contestó: «Yo con la competencia no me hablo» y siguió su alocada carrera entre las nubes.
    Al girar una montaña, vi la Estrella de Navidad, y bajo su estela localicé a los tres Magos que ya habían iniciado el camino.
    –Buenas noches señores Reyes Magos, soy la enviada especial de El Económico, y vengo para hacerles una entrevista.
    -¿Entrevista, dice usted señorita? ¿De El Económico? ¿De ese pueblo donde la cabalgata es una carrera de liebres? Mire, en vez de entrevistarnos, vuelva usted volando y dígale a su alcalde que Baltasar aún está blanco de la carrerita que le pegaron el año pasado en la cabalgata, y que aún tenemos las capas quemadas por culpa de los saltimbanquis asustaniños que contrató. Eso no fue una cabalgata, fue una cutre parodia para salir del paso.
    Con mi medio fracaso periodístico al hombro, volví a subir a la escoba y tomé el camino de regreso, dispuesta a ser la portavoz de Sus Majestades en sus justas quejas sobre la organización de la cabalgata.
    Y aquí termina la historia de una intrépida reportera y de sus INOCENTES lectores.
    Hasta el año que viene

    30 de Diciembre de 2002
    Nada más llegar a casa, al salir de la escuela el último día de cole antes de las Navidades, recibí una llamada telefónica. Era Ana Mellado que, un año más, quería contratarme para que hiciese mi típico reportaje de estas fechas tan especiales.
    Tras discutir cuánto me pagaría y llegar al acuerdo que lo de siempre, esto es, nada, me encargó ir a Valencia para asistir a la presentación, en el museo de las Artes y las Ciencias, de una máquina del tiempo.
    Dicho y hecho. Al día siguiente allí nos fuimos mi mamá, mi hermano y yo. Mi mamá haciendo de taxista, yo para hacer la entrevista, y mi hermano, José Alejandro, que tiene dieciséis meses, porque no habían voluntarios para quedárselo, por temor a que les ‘ordenase’ la casa.
    Don Bernardo Minu Tejo, que así se llama el inventor del aparato, durante la rueda de prensa, comenzó a soltar un rollo interminable, del que sólo me dio tiempo a copiar: Bla…bla…..bla… mi máquina aquí está… Bla, bla, bla…construida con el mejor acero francés… Bla…bla…bla…y hacia el pasado puede viajar…
    Terminada su insoportable disertación, y cuando nadie se atrevía a preguntar nada, le dije: ¡Nos está vendiendo una cabra! Mucho bla, bla, bla, pero… ¡Esto es un timo!
    Todo ofendido, el científico me contestó: ¡Señorita! Si tantas dudas tiene, entre en la máquina y pruébela.
    Como en ese momento mi mamá no me veía, pues había salido corriendo detrás de mi hermano, que andaba empeñado en desmontar el trípode de un compañero de la prensa gráfica, acepté encantada la invitación del señor Minu Tejo.
    Una vez instalada en el aparato y tras recibir las instrucciones de su funcionamiento, lo programé para que me enviase al Portal de Belén, casi dos mil dos años atrás, al momento inmediatamente posterior a que los Reyes Magos adorasen al niño Jesús. ¡Eso si que iba a ser un reportaje de primera! Poder entrevistar a los testigos del primer cambio de pañales del niño.
    Pulsé el botón y a viajar. Tras agitarme más que un barco en mar picada, la máquina se paro. Abrí la puerta y… ¡Aquello no era Belén! No reconocía dónde estaba, pero…, la verdad, es que me sonaba de algo.
    — ¡Oye niña! Quita ese cacharro de en medio que no dejas trabajar.
    Me giré y vi a un gran grupo de señores, unos llevando sombrero de copa y otros con ropa muy humilde.
    — ¿Quiénes son ustedes? ¿Dónde estoy? –Les pregunté– ¿Qué ocurre aquí? ¿Qué día es hoy? ¿Qué están haciendo?
    Un señor de los elegantes se acercó diciéndome: ¿Estás tonta? Hoy es el día 6 de enero de 1923 y estás en el Puerto de Sagunto, en la fábrica de hierros de don Ramón de la Sota. Ahora mismo, el horno va a dar la primera colada de la historia de este emporio industrial.
    — Pero… si este es mi pueblo. Y… Ramón de la Sota… ¿De qué me suena? ¡Claro! Es la rotonda de enfrente de los jardines del Sanatorio –le contesté mientras miraba a mi alrededor–
    — ¡Calla niña! Me parece que te has golpeado la cabeza en una roca del embarcadero –dijo mi interlocutor– Ya le dije a Luis Cendoya que aquello había que vallarlo y no dejar entrar a los niños…
    — ¿Luis Cendoya? Pero… Si esa es la calle donde tiene el despacho mi papá –contesté creyendo que trataban de tomarme el pelo–
    En ese preciso momento, me di cuenta de lo que había ocurrido en realidad: El acero con que se construyó la máquina del tiempo no era tan bueno como aquél que se fabricó en mi pueblo durante sesenta años, y que aquel día salía del horno por primera vez. Así no había quien inventase nada que funcionase bien, ni aunque fuese científico, ni aunque se llamase don Bernardo Minu Tejo.
    Por eso, por culpa de los malos materiales de la actualidad, en vez de estar en el nacimiento del niño Jesús, tuve la suerte de poder asistir al nacimiento de la industria que hizo crecer a mi pueblo y que permitió que yo naciese: Mis bisabuelos y mis abuelos vinieron a trabajar en la fábrica, nacieron mis padres y luego yo.
    En el mismo momento en que comenzaba a salir el hierro fundido por la boca del horno, alguien comenzó a agitarme con fuerza, a la vez que una voz, que reconocí como la de mi mamá, gritaba: ¡Ainhoa! ¡Despierta ya, cariño! Que ya es de día y te llama Ana Mellado, de El Económico. Dice que tienes que ir a hacer una entrevista a un señor que ha inventado una máquina del tiempo…
    ¿Les ha gustado el cuento? Feliz año a todos y hasta las próximas Navidades.

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