RESISTENCIA SAGUNTINA – Sergio Paz (Concejal de IP)

Sergio Paz (Concejal de IP)

Hace 2035 años Aníbal consiguió finalmente atravesar las últimas defensas saguntinas tras un asedio  de ocho meses. Mientras Roma y Cartago se disputaban el dominio de la península ibérica, Sagunto estaba allí, en un lugar estratégico, siendo una de las ciudades más fortificadas de la región, por lo que no era buena idea dejarla en manos de enemigos. Los íberos que la habitaban se habían aliado con Roma -de la misma manera que pudieron haberlo hecho con Cartago- pero su aliado les dejó solos y no acudió en su auxilio, de modo que la heroica defensa saguntina fue tan estéril como absurda. Ni les sirvió para conservar su ciudad, ni su libertad, ni su alianza.

   No fue el primer ni el último asedio que sufriría Sagunto a lo largo de su historia, pero si el más célebre. Y al igual que en aquel, de nada sirvieron las murallas ni la resistencia de sus defensores, pues cuantos invadieron el territorio -romanos, vándalos, visigodos, árabes, aragoneses, franceses, nacionales- acabaron tomándolo a la fuerza o por aburrimiento, en una especie de repetición de la historia con distintos protagonistas.

   A principios del siglo XX, la decisión empresarial de  Ramón de la Sota, de exportar el mineral de hierro de Teruel, a través de un ferrocarril que enlazara la mimas con un nuevo embarcadero, dio origen al nacimiento de una nueva población a 6 kilómetros de las milenarias murallas que viera Aníbal, El Puerto Sagunto, que se desarrolló al calor de una potente industria siderometalúrgica. Este nuevo pueblo, pequeño en principio, fue creciendo con la masiva llegada de emigrantes de todos los lugares, hasta convertirse en el principal núcleo de población, de un municipio que bien podemos llamar dual, porque dos son las ciudades que lo integran, una con título e historia milenaria y la otra sin él, pero con consolidada estructura social y urbanística, y una más que interesante e intensa historia centenaria.

   Hoy en día la población de El Puerto duplica a la de Sagunto, y no sólo eso, la expansión territorial del mismo, fomentada desde el poder político que se ejerce desde el castillo, ha empujado a la población a un crecimiento artificial hacia el oeste, hacia las montañas, tratando de rellenar artificiosa e infructuosamente el enorme hueco territorial entre ambas poblaciones. Esta forma irracional de urbanismo ha conducido a la pérdida de miles y miles de metros cuadrados de naranjos que rodeaban el Puerto, cual auténtico pulmón verde, siendo reemplazados por zonas de servicios fuera del casco urbano (algunos tan básicos como la educación o el deporte), y sobretodo por asfalto y yermos solares sembrados de farolas.

   Hoy en día, seguimos asistiendo a la resistencia de los saguntinos que no quieren ni oír hablar de la segregación de El Puerto. Y fuerzan la lucha desde varios frentes, el urbanístico, cambios en leyes de Régimen Local, presiones políticas, al poder judicial, etc. Y por supuesto el constante y continuo machaqueo contra todo lo que suene a señas de identidad y la tergiversación de la historia porteña, en esa patraña que nadie se cree de la ciudad global.  No se percatan que el crecimiento imparable de El Puerto, donde se concentra la industria, el comercio y en definitiva la fuerza económica del municipio, acabará tarde o temprano engullendo al Sagunto milenario, que ya no podrá por más tiempo aferrar el poder político municipal. De manera que sólo quedan dos posibles salidas, rendirse ante la evidencia y segregarnos de manera amistosa y racional o acabar siendo absorbidos por el empuje de El Puerto.

    Se dice que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. A veces la soberbia de pueblos que han vivido un memorable pasado, les hace anclarse en la gloria de sus piedras y no son capaces de discernir el futuro más inmediato, acabando asfixiándose en su propia arrogancia.

 

Sergio Paz Compañ

Concejal de Iniciativa Porteña

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