Si hay algo que caracteriza a las porteñas y a los porteños es que somos gente de playa. La mar, el mar, como diría el poeta. Generaciones enteras nos hemos criado en esta playa porteña del mar mediterráneo y hemos visto amaneceres inolvidables.

          De pequeños hemos jugado en su arena haciendo castillos fortificados con entrada de agua incluida y bañado en sus aguas cristalinas. Mientras nuestros padres nos observaban desde la arena, orgullosos. ¿Quién no ha almorzado o merendado envuelto con la toalla titiritando de frío? ¿Quién no ha hecho una guerra de arena? ¿Quién no ha hecho un agujero interminable  en busca de agua? ¿Quién no ha visto atardecer mientras se oían los ruidos y se veían las luces de El Puerto a lo lejos?

            La verdad es que los porteños estamos orgullosos de nuestra playa y muchos de nosotros hacemos deporte relacionado con ella. Unos pescan, otros bucean, hacen surf, windsurf, kitesurf, pale surf, nadan y hasta corren en ella. Y cuando llega el buen tiempo, sinceramente,  es que no sabríamos que hacer si no existiera. Vemos grupos de amigos, familias enteras, parejas, personas mayores y como siempre, niños, muchos niños. Es un lugar de encuentro para los porteños.

            En verano nos visitan de muchos pueblos vecinos, de ciudades más lejanas, de otras comunidades autónomas y de otros países. Y se quedan encantados con nuestra playa, nuestras costumbres y nuestra gente.

            Ya empiezan a verse personas por la arena paseando y los más atrevidos bañándose.

            A mí me gusta ir casi todo el año a la playa, cuando hace buen tiempo, con algún libro o revista y embriagarme con ese olor a mar mediterráneo, disfrutar de su brisa, de sus gentes, y esperar plácidamente el atardecer recordando como mi madre me llamaba para darme el bocadillo mientras mi padre me envolvía en la toalla y yo, que había construido castillos con fortificaciones y entrada de agua incluida, que había hecho un agujero interminable en busca de agua, que había disfrutado de una guerra de arena con mis primos, que me había bañado en sus aguas cristalinas, que había visto atardecer escuchando los ruidos y viendo las luces a los lejos de El Puerto, de mi Puerto, en ese momento, justo en ese momento que el sol se escondía por las montañas, que la gente recogía sus trastos y que apenas quedaban niños, yo, titiritaba de frío.