HOGUERA DE SAN ANTON DE INICIATIVA PORTEÑA (Cosme Herranz – Vicepresidente IP)

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            La verdad es que las hogueras de San Antón se enmarcan dentro de lo que podríamos llamar  las costumbres porteñas. Ya de pequeño recuerdo que los niños no parábamos de buscar leña y maderas para hacer una buena hoguera, eso sí, siempre intentando que fuera más grande que la del barrio vecino. Mi padre tenía un camión y nos ayudaba mucho a conseguir el preciado tesoro. Y nunca comprendí porque al otro día teníamos colegio.

            Me he permitido esta introducción porque por cuarto año consecutivo, Iniciativa Porteña, ha vuelto a organizar la Hoguera de San Antón para todos/as los/as vecinos/as porteños/as en la Alameda.

            Ya desde primera hora de la mañana miembros de la Junta de IP y simpatizantes estuvimos ordenando la leña que nos trajeron en 3 camiones, por cierto de Plumed, y construimos una auténtica montaña. Ya me hubiera gustado a mí de pequeño haber tenido esta hoguera.

            Este año, como novedad, hicimos una tortilla gigante que tuvo una muy buena acogida por parte de los/as vecinos/as, y la verdad, estaba estupenda. Pilar, nuestra presidenta tuvo el honor de encender la traca que prendió la hoguera. Nuestro pirotécnico Óscar se encargó de preparar la traca y los castillos. Hicimos un sorteo de 5 vales de 30 euros para gastar en comercios locales de El Puerto. Juan Antonio Guillén con el micrófono amenizó el sorteo entre risas y aplausos. Nuestros concejales (Manolo, Sergio Paz, Belén y César) de aquí  para allá ayudando y hablando con los/as vecinos/as. Sergio Cano, nuestro asesor en el Ayuntamiento, cuidando todos los detalles para que no faltara de nada. La verdad es que lo llevábamos loco. Pedro, la alegría de la Junta, nervioso, repartiendo las bebidas y el pan, intentando que todo saliera a la perfección. Ricardo y Olmos (Olmos padre e hijo) también en las bebidas y en los panes. Y un servidor y Óscar estuvimos repartiendo las raciones de tortilla en una cola que nunca se acababa.

            Al final de la noche me acerqué a la hoguera y contemplé a través de las llamas y justo enfrente de mí, la iglesia de Begoña. Impertérrita y aguantando el paso del tiempo, espléndida y majestuosa. A un lado, el Horno Alto, grandioso y titánico, la Nave de Talleres, el puerto, los barcos… Pero ya no estaba la escuela de Joaquím Gamón. La escuela donde comencé el colegio en parvulario, donde mi madre venía a por mí, donde me enseñaron a  leer, donde jugaba con las bolas de los árboles en el patio, donde me crié. Y por un momento me sentí orgulloso de ser porteño y de luchar por la identidad porteña. Mientras, los niños correteaban alrededor de la hoguera riendo y saltando, la gente se calentaba y hablaba en tertulias interminables de cosas interminables, el crepitar del fuego, las luces a lo lejos, mis padres, amigos, vecinos y cerca, muy cerca de mí: el mar.   

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